La Eucaristía, pan de vida
Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Solemnidad del Corpus Christi
1. «Tú caminas a lo largo de los siglos» (canto eucarístico polaco).
La solemnidad del Corpus Christi nos invita a meditar en el singular camino que es el itinerario salvífico de Cristo a lo largo de la historia, una historia escrita desde los orígenes, de modo simultáneo, por Dios y por el hombre. A través de los acontecimientos humanos, la mano divina traza la historia de la salvación.
Es un camino que empieza en el Edén, cuando, después del pecado del primer hombre, Adán, Dios interviene para orientar la historia hacia la venida del «segundo» Adán. En el libro del Génesis se encuentra el primer anuncio del Mesías y, desde entonces, a lo largo de las generaciones, como atestiguan las páginas del Antiguo Testamento, se recorre el camino de los hombres hacia Cristo.
Después, cuando en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios encarnado derrama en la cruz la sangre por nuestra salvación y resucita de entre los muertos, la historia entra, por decirlo así, en una dimensión nueva y definitiva: se sella entonces la nueva y eterna alianza, cuyo principio y cumplimiento es Cristo crucificado y resucitado. En el Calvario el camino de la humanidad, según los designios divinos, llega a su momento decisivo: Cristo se pone a la cabeza del nuevo pueblo para guiarlo hacia la meta definitiva. La Eucaristía, sacramento de la muerte y de la resurrección del Señor, constituye el corazón de este itinerario espiritual escatológico.
2. «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51).
Acabamos de proclamar estas palabras en esta solemne liturgia. Jesús las pronunció después de la multiplicación milagrosa de los panes junto al lago de Galilea. Según el evangelista san Juan, anuncian el don salvífico de la Eucaristía. No faltan en la antigua Alianza prefiguraciones significativas de la Eucaristía, entre las cuales es muy elocuente la que se refiere al sacerdocio de Melquisedec, cuya misteriosa figura y cuyo sacerdocio singular evoca la liturgia de hoy. El discurso de Cristo en la sinagoga de Cafarnaúm representa la culminación de las profecías veterotestamentarias y, al mismo tiempo, anuncia su cumplimiento, que se realizará en la última cena. Sabemos que en esa circunstancia las palabras del Señor constituyeron una dura prueba de fe para quienes las escucharon, e incluso para los Apóstoles.
Pero no podemos olvidar la clara y ardiente profesión de fe de Simón Pedro, que proclamó: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).
Estos mismos sentimientos nos animan a todos hoy, mientras, reunidos en tomo a la Eucaristía, volvemos idealmente al cenáculo, donde el Jueves santo la Iglesia se congrega espiritualmente para conmemorar la institución de la Eucaristía.
3. «In supremae nocte cenae, recumbens cum fratribus...».
«La noche de la última cena, recostado a la mesa con los Apóstoles, cumplidas las reglas sobre la comida legal, se da, con sus propias manos, a sí mismo, como alimento para los Doce».
Con estas palabras, santo Tomás de Aquino resume el acontecimiento extraordinario de la última cena, ante el cual la Iglesia permanece en contemplación silenciosa y en cierto modo, se sumerge en el silencio del huerto de los Olivos y del Gólgota.
El doctor Angélico exhorta: «Pange lingua, gloriosi Corporis mysterium...».
«Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo».
El profundo silencio del Jueves santo envuelve al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Parece que el canto de los fieles no puede desplegarse en toda su intensidad ni tampoco, con mayor razón, las demás manifestaciones públicas de la piedad eucarística popular.
4. Por eso, la Iglesia sintió la necesidad de una fiesta adecuada, en la que se pudiera expresar más intensamente la alegría por la institución de la Eucaristía: nació así, hace más de siete siglos, la solemnidad del Corpus Christi, con grandes procesiones eucarísticas, que ponen de relieve el itinerario del Redentor del mundo en el tiempo: «Tú caminas a lo largo de los siglos». También la procesión que realizaremos hoy al término de la santa misa evoca con elocuencia el camino de Cristo solidario con la historia de los hombres. Significativamente a Roma se la suele llamar «ciudad eterna», porque en ella se reflejan admirablemente diversas épocas de la historia. De modo especial, conserva las huellas de dos mil años de cristianismo.
En la procesión, que nos llevará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor, estará presente idealmente toda la comunidad cristiana de Roma congregada alrededor de su Pastor, con sus obispos colaboradores, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los numerosos representantes de las parroquias, de los movimientos, de las asociaciones y de las cofradías. A todos dirijo un cordial saludo.
Quisiera saludar en particular a los obispos cubanos que, presentes en Roma desde hace algunos días, han querido unirse a nosotros hoy, a fin de dar una vez más gracias al Señor por el don de mi reciente visita e implorar la luz y la ayuda del Espíritu para el camino de la nueva evangelización. Los acompañamos con nuestro afecto y nuestra comunión fraterna.
5. Al celebrar hoy la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, el pensamiento va también al 18 de junio del año 2000, cuando aquí, en esta basílica, se inaugurará el 47° Congreso eucarístico internacional. El jueves siguiente, 22 de junio, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, partirá desde esta plaza la gran procesión eucarística. Además, congregados en asamblea litúrgica para la Statio orbis, el domingo 25 celebraremos la solemne eucaristía unidos a los numerosos peregrinos que, acompañados por sus pastores, vendrán a Roma desde todos los continentes para el Congreso y para venerar las tumbas de los Apóstoles.
Durante los dos años que nos separan del gran jubileo, preparémonos, tanto individual como comunitariamente, para profundizar el gran don del Pan partido para nosotros en la celebración eucarística. Vivamos en espíritu y en verdad el misterio profundo de la presenta de Cristo en nuestros tabernáculos: el Señor permanece entre nosotros para consolar a los enfermos, para ser viático de los moribundos, y para que todas las almas que lo buscan en la adoración, en la alabanza y en la oración, experimenten su dulzura. Cristo, que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre, nos conceda entrar en el tercer milenio con nuevo entusiasmo espiritual y misionero.
6. Jesús está con nosotros, camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza. «Tú caminas a lo largo de los siglos», le decimos, recordando y abrazando en la oración a cuantos lo siguen con fidelidad y confianza.
Ya en el ocaso de este siglo, esperando el alba del nuevo milenio, también nosotros queremos unirnos a esta inmensa procesión de creyentes.
Con fervor e intima fe proclamamos:
«Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui... ».
«Adoremos el Sacramento que el Padre nos dio. La antigua figura ceda el puesto al nuevo rito. La fe supla la incapacidad de los sentidos».
«Genitori Genitoque laus et iubilatio... ».
«Al Padre y al Hijo, gloria y alabanza, salud, honor, poder y bendición. Gloria igual a quien de ambos procede». Amen.
Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Solemnidad del Corpus Christi
1. «Tú caminas a lo largo de los siglos» (canto eucarístico polaco).
La solemnidad del Corpus Christi nos invita a meditar en el singular camino que es el itinerario salvífico de Cristo a lo largo de la historia, una historia escrita desde los orígenes, de modo simultáneo, por Dios y por el hombre. A través de los acontecimientos humanos, la mano divina traza la historia de la salvación.
Es un camino que empieza en el Edén, cuando, después del pecado del primer hombre, Adán, Dios interviene para orientar la historia hacia la venida del «segundo» Adán. En el libro del Génesis se encuentra el primer anuncio del Mesías y, desde entonces, a lo largo de las generaciones, como atestiguan las páginas del Antiguo Testamento, se recorre el camino de los hombres hacia Cristo.
Después, cuando en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios encarnado derrama en la cruz la sangre por nuestra salvación y resucita de entre los muertos, la historia entra, por decirlo así, en una dimensión nueva y definitiva: se sella entonces la nueva y eterna alianza, cuyo principio y cumplimiento es Cristo crucificado y resucitado. En el Calvario el camino de la humanidad, según los designios divinos, llega a su momento decisivo: Cristo se pone a la cabeza del nuevo pueblo para guiarlo hacia la meta definitiva. La Eucaristía, sacramento de la muerte y de la resurrección del Señor, constituye el corazón de este itinerario espiritual escatológico.
2. «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51).
Acabamos de proclamar estas palabras en esta solemne liturgia. Jesús las pronunció después de la multiplicación milagrosa de los panes junto al lago de Galilea. Según el evangelista san Juan, anuncian el don salvífico de la Eucaristía. No faltan en la antigua Alianza prefiguraciones significativas de la Eucaristía, entre las cuales es muy elocuente la que se refiere al sacerdocio de Melquisedec, cuya misteriosa figura y cuyo sacerdocio singular evoca la liturgia de hoy. El discurso de Cristo en la sinagoga de Cafarnaúm representa la culminación de las profecías veterotestamentarias y, al mismo tiempo, anuncia su cumplimiento, que se realizará en la última cena. Sabemos que en esa circunstancia las palabras del Señor constituyeron una dura prueba de fe para quienes las escucharon, e incluso para los Apóstoles.
Pero no podemos olvidar la clara y ardiente profesión de fe de Simón Pedro, que proclamó: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).
Estos mismos sentimientos nos animan a todos hoy, mientras, reunidos en tomo a la Eucaristía, volvemos idealmente al cenáculo, donde el Jueves santo la Iglesia se congrega espiritualmente para conmemorar la institución de la Eucaristía.
3. «In supremae nocte cenae, recumbens cum fratribus...».
«La noche de la última cena, recostado a la mesa con los Apóstoles, cumplidas las reglas sobre la comida legal, se da, con sus propias manos, a sí mismo, como alimento para los Doce».
Con estas palabras, santo Tomás de Aquino resume el acontecimiento extraordinario de la última cena, ante el cual la Iglesia permanece en contemplación silenciosa y en cierto modo, se sumerge en el silencio del huerto de los Olivos y del Gólgota.
El doctor Angélico exhorta: «Pange lingua, gloriosi Corporis mysterium...».
«Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo».
El profundo silencio del Jueves santo envuelve al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Parece que el canto de los fieles no puede desplegarse en toda su intensidad ni tampoco, con mayor razón, las demás manifestaciones públicas de la piedad eucarística popular.
4. Por eso, la Iglesia sintió la necesidad de una fiesta adecuada, en la que se pudiera expresar más intensamente la alegría por la institución de la Eucaristía: nació así, hace más de siete siglos, la solemnidad del Corpus Christi, con grandes procesiones eucarísticas, que ponen de relieve el itinerario del Redentor del mundo en el tiempo: «Tú caminas a lo largo de los siglos». También la procesión que realizaremos hoy al término de la santa misa evoca con elocuencia el camino de Cristo solidario con la historia de los hombres. Significativamente a Roma se la suele llamar «ciudad eterna», porque en ella se reflejan admirablemente diversas épocas de la historia. De modo especial, conserva las huellas de dos mil años de cristianismo.
En la procesión, que nos llevará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor, estará presente idealmente toda la comunidad cristiana de Roma congregada alrededor de su Pastor, con sus obispos colaboradores, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los numerosos representantes de las parroquias, de los movimientos, de las asociaciones y de las cofradías. A todos dirijo un cordial saludo.
Quisiera saludar en particular a los obispos cubanos que, presentes en Roma desde hace algunos días, han querido unirse a nosotros hoy, a fin de dar una vez más gracias al Señor por el don de mi reciente visita e implorar la luz y la ayuda del Espíritu para el camino de la nueva evangelización. Los acompañamos con nuestro afecto y nuestra comunión fraterna.
5. Al celebrar hoy la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, el pensamiento va también al 18 de junio del año 2000, cuando aquí, en esta basílica, se inaugurará el 47° Congreso eucarístico internacional. El jueves siguiente, 22 de junio, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, partirá desde esta plaza la gran procesión eucarística. Además, congregados en asamblea litúrgica para la Statio orbis, el domingo 25 celebraremos la solemne eucaristía unidos a los numerosos peregrinos que, acompañados por sus pastores, vendrán a Roma desde todos los continentes para el Congreso y para venerar las tumbas de los Apóstoles.
Durante los dos años que nos separan del gran jubileo, preparémonos, tanto individual como comunitariamente, para profundizar el gran don del Pan partido para nosotros en la celebración eucarística. Vivamos en espíritu y en verdad el misterio profundo de la presenta de Cristo en nuestros tabernáculos: el Señor permanece entre nosotros para consolar a los enfermos, para ser viático de los moribundos, y para que todas las almas que lo buscan en la adoración, en la alabanza y en la oración, experimenten su dulzura. Cristo, que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre, nos conceda entrar en el tercer milenio con nuevo entusiasmo espiritual y misionero.
6. Jesús está con nosotros, camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza. «Tú caminas a lo largo de los siglos», le decimos, recordando y abrazando en la oración a cuantos lo siguen con fidelidad y confianza.
Ya en el ocaso de este siglo, esperando el alba del nuevo milenio, también nosotros queremos unirnos a esta inmensa procesión de creyentes.
Con fervor e intima fe proclamamos:
«Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui... ».
«Adoremos el Sacramento que el Padre nos dio. La antigua figura ceda el puesto al nuevo rito. La fe supla la incapacidad de los sentidos».
«Genitori Genitoque laus et iubilatio... ».
«Al Padre y al Hijo, gloria y alabanza, salud, honor, poder y bendición. Gloria igual a quien de ambos procede». Amen.
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